Septimus y el fuego eterno by Angie Sage

Septimus y el fuego eterno by Angie Sage

autor:Angie Sage [Sage, Angie]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2013-01-01T00:00:00+00:00


26

Mal momento

La puerta al túnel sellado de la Torre del Mago batía y traqueteaba como una ventana rota en medio de un huracán mientras se evaporaban los últimos remolinos de Magia. Un sombrío grupo de magos expertos aguardaban ante la puerta a que fuera posible cerrarla otra vez. Era esencial que el túnel estuviera libre de toda contaminación antes de ser resellado.

Septimus, al que habían sacado de la Biblioteca de la Pirámide, estaba allí. Marcia le había dicho que era muy importante que siguiera estrictamente el procedimiento de descontaminación. Luego la maga extraordinaria había salido pitando hacia la Cámara del Extraño, donde Septimus suponía que tenía al culpable.

Bernard Bernard, un hombre grande como un oso, con rasgos blandos y cabello alborotado, apareció.

—¿Alguien necesita un descanso? —preguntó. Y luego, al ver a Septimus, añadió con tono compasivo—: ¡Ah, hola, chaval! No te preocupes. Estará bien.

—¿Quién estará bien? —preguntó Septimus.

De repente Bernard Bernard cayó en la cuenta de que Septimus no sabía que Silas estaba en la Cámara del Extraño. Parecía azorado.

—Bueno, quería decir que estaremos bien. Todos nosotros.

—Entonces ¿Marcia ha recuperado el «ya sabes qué»? —interpeló alguien. (Los magos más supersticiosos consideraban que traía mala suerte nombrar el Anillo de las Dos Caras).

—Solo estaba siendo… esto… optimista —improvisó Bernard Bernard.

—Entonces eso es un no —observó el mago. El grupo lanzó un suspiro al unísono.

—Son esos dos idiotas de los Heap, ¿verdad? —preguntó otro y, al darse cuenta de su presencia, miró a Septimus como disculpándose—. Lo siento, aprendiz. Me olvidaba.

—Está bien —dijo Septimus. A él le habría encantado poder olvidarlo.

—No estoy seguro de cuántos exactamente —dijo Bernard Bernard con torpeza—. Tengo que irme.

Y salió disparado como un cohete.

Un embarazoso silencio cayó como una losa, roto solo por el lastimero crujido de la puerta que conducía al túnel sellado: creec creec, creec creec, creec creec.

Marcia estaba decidida a que, ante cualquier visitante, la Torre del Mago pareciese seguir su rutina habitual. La tarea de Septimus era sustituirla, así que cuando Hildegarde fue a decirle que habían llegado unas visitas muy importantes que querían ver a Marcia y que «si podía ir él a atenderlas, por favor», se sintió muy aliviado de poder dejar el grupo de vigilantes.

Septimus encontró a Marcellus y Simon sentados en el banco de las visitas al lado de la discreta puerta de la Cámara del Extraño. Sabía muy bien el motivo de su visita.

Marcellus fue directamente al grano.

—Septimus. Tú sabes que normalmente estaría encantado de tratar directamente contigo, pero, como estoy seguro de que comprenderás, esta misión concreta exige que hable con la maga extraordinaria en persona. ¿Está libre?

Septimus se sintió muy incómodo. Quería decirle a Marcellus: «No, está viviendo una situación de auténtico pánico, alguien ha robado el anillo», pero, por descontado, no podía.

—Bueno… Hummm… —empezó—. Marcia está ocupada en este momento. —Decidió ganar tiempo—. ¿Os gustaría subir a sus aposentos?

Marcellus estaba consternado; sabía que Septimus le estaba ocultando algo. Sus esperanzas de que entre la Torre del Mago y la Alquimia reinase una confianza absoluta empezaban a flaquear.



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